Reportaje

La COVID más larga

Tras casi 2 años de pandemia, debido al coronavirus causante de la Covid-19, es hora de hablar sobre ese entre 10% y 20% de los afectados en los cuales las secuelas de la enfermedad persisten, provocando un cambio significativo en sus vidas a pesar de haber superado la infección.
Fatiga crónica, niebla mental, cefaleas, ansiedad, fiebre, dolor muscular, confusión, dificultades respiratorias, perdida de movilidad, son solo algunas de las consecuencias de la enfermedad. No importa la edad del paciente ni si tuvo que ser sometido a cuidados intensivos o padeció síntomas leves. Incluso asintomáticos. Entre 300.000 y 600.000 personas pueden estar afectados por el denominado COVID persistente, muchos de ellos sin saberlo.
Algunos centros hospitalarios han comenzado a crear unidades específicas post-covid pero las pautas de rehabilitación y control no son todo lo concretas y efectivas que deberían ser. El desconocimiento de esta nueva enfermedad también alcanza a sus secuelas.
Además, muchos de los afectados y afectadas permanecen de baja laboral pero muchos otros no se les reconoce pues las secuelas no son lo suficientemente graves a pesar de la importante afectación en el desarrollo normal de sus vidas. Hay que regresar al trabajo con tratamientos médicos no específicos, algunos forzosamente, otros de forma voluntaria y por necesidad. Viven sin un pronóstico, avanzan sin tratamiento y sus secuelas no se reconocen de forma legal.
Olvido es la palabra que más utilizan en este colectivo. Hasta ahora algo aceptable pues la prioridad podía ser los nuevos contagiados, las muertes y el colapso del sistema sanitario. ¿Pero qué pasará ahora? Cuando los datos empiezan a indicar que parecen estar superándose los momentos más difíciles de la pandemia. Estas son las historias de algunas de esas personas, todas con ganas de dejar atrás el pasado reciente pero caídas en una especie de limbo administrativo además de mental.

Pep Padró tiene 64 años. Trabajaba como técnico de radiología en el hospital de Manresa y se contagió en marzo de 2020, un mes y medio antes de prejubilarse. Estuvo en la UCI 3 semanas al borde de la muerte y sufriendo terribles alucinaciones. Su recuperación parcial le ha tomado meses pero continua haciéndose pruebas médicas y forma parte de un estudio neuropsicológicos para evaluar las secuelas de la covid-19. Suele descansar y reflexionar mucho en su buhardilla. «Miré profundamente a las personas que me iban a dormir en la UCI para la respiración artificial pensando que esas paredes, esa jeringuilla y mis compañeros eran las últimas imágenes que vería en este mundo. Recuerda Pep.

Carme Serra, de 50 años, es enfermera en el Hospital de la Santa Creu de Vic. Se contagió en la primera ola cuando todo era desconocimiento. Estuvo 14 días en la UCI y casi 10 meses de baja. Se incorporó al trabajo pero las cefaleas y otros síntomas permanecieron. Durante los momentos más duros encontró alivio en sus aficiones: la pastelería, la artesanía manual y el cuidado de sus plantas, como se muestra en la imagen. Se cansa con frecuencia pero insiste en seguir adelante junto a su familia. A tenido que incorporar a su rutina las pastillas para las cefaleas y la ansiedad.

Carles Cañelles tiene 66 años y es titiritero. Estuvo 3 meses y medio ingresado, 2 de ellos en la UCI. Quedó tan afectado que tuvo que dejar el teatro. No tenía fuerza ni para levantar sus marionetas. Hoy vuelve a ensayar con paciencia y muchas pausas para retomar su oficio. Acude semanalmente a rehabilitación y su progreso es lento. El día que le tocó vacunarse, recuerda, fue un momento muy emocionante y lleno de esperanza por lo mal que lo había pasado durante meses.

Julià Mata, de 75 años, permaneció 10 meses ingresado en el hospital de Manresa hasta el momento de su fallecimiento, el pasado agosto de 2021. Nunca se recuperó del todo del COVID. Pasó 2 meses en la UCI y durante 7 meses no pudo ver a su esposa por hallarse en aislamiento a pesar de haber superado la enfermedad. De tanto en tanto, Julià se daba un capricho, acompañado por varias enfermeras, subía a la azotea del hospital y contemplaba las montañas de Montserrat, donde tantas veces había caminado y escalado por su afición al montañismo. Su habitación, en la fotografía, supuso una especie de cárcel-hogar durante los últimos meses de su vida.

Èlia Domènech tiene 33 años y es doctora en pediatría. Se contagió al inicio de la pandemia al ser reubicada en la UCI por falta de personal y ante el caos inicial. Se infectó un 7 de abril y se tuvo que aislar junto a su pareja, Laia, también pediatra. Pasó un cuadro de síntomas leves así que pensó que pronto volvería al trabajo. De aquello ha pasado un año y medio. Su calidad de vida se deterioró notablemente debido a las secuelas de la Covid-19. Le cuesta organizarse, planificar y moverse. Sufre disneas, fatiga y niebla mental, algo muy común en los pacientes de COVID persistente. Èlia participa en un programa experimental (fotografía) en el Hospital de Día de Sant Jordi, en Igualada, que utiliza la rehabilitación neuropsicológica inversiva con realidad virtual 3D para ayudar a estimular el sistema cognitivo. También acude a fisioterapia 2 veces por semana.

Gemma, de 52 años, es doctora y trabajaba en urgencias en el Hospital Sant Joan de Deu de Manresa. Se infectó durante el caos inicial. Aún llora al rememorar el momento en que entró en la UCI y se despidió de su familia. Ha sido un camino duro que no ha acabado todavía. Las pruebas médicas y la rehabilitación siguen. Camina y practica bicicleta estática en casa con respiración asistida más de un año y medio después de pasar la enfermedad, como se ve en la fotografía. Gemma, además de otros síntomas, ha desarrollado fibrosis pulmonar. Algo que no se borra de su mente es las alucinaciones que sufrió mientras estuvo en la UCI, tras 8 días entubada tuvo un despertar traumático.

Silvia Soler es filóloga y ha dedicado mucho tiempo a luchar y dar a conocer al colectivo de afectados por la COVID persistente. Ha pasado la enfermedad dos veces y las secuelas la han dejado muy afectada física y psicológicamente. Hasta las actividades más básicas y sencillas como doblar la ropa o ligeros ejercicios (foto) le cuestan mucho de llevar a cabo. Sílvia asegura que todos los afectados por las secuelas de la Covid-19 coinciden en manifestar el alivio que sienten al conocer y comunicarse con otros afectados por COVID persistente. Entre ellos se sientes apoyados, algo que no ocurre con la sociedad ni con el Gobierno.

Marc Torrent acaricia a Bitxo, un yorkshire terrier que no se ha separado de él en meses. Marc se contagió el día antes de cumplir 13 años, el 22/01/21. Antes de esa fecha practicaba mucho deporte y soñaba con desarrollar la carrera de INEF. El declive físico que sufrió tras el contagio lo dejó postergado en casa como un anciano. Se recupera a base de mucho esfuerzo y perseverancia. Su madre, Inma, se vio obligada a dejar el trabajo para cuidarlo mientras estuvo en casa los primeros meses. Marc sufrió unas extrañas lesiones cutáneas en los pies como consecuencia de las secuelas de la Covid-19. No podía ni poner los pies en el suelo y mucho menos caminar.

Carla Martínez, enfermera, tiene 27 años y tiene que escoger entre hacer una cosa u otra. Hace meses que no puede pensar en hacer dos cosas en una mañana, por ejemplo. O ir a la compra o ducharse. Se contagió al inicio de la primera ola y solo estuvo un par de días ingresada. Lo peor vino después, a pesar de recibir el alta estuvo 5 meses sin levantarse de la cama y yendo al médico en silla de ruedas. No entendía que le pasaba. Cuando al fin fue derivada a una unidad post-covid en el hospital de Can Ruti, empezaron a llegar las respuestas. La rehabilitación aportada por el sistema de salud pública solo duró 2 meses, desde entonces tuvo que buscar soluciones por su cuenta. La fatiga influye en la mayor parte de su día a día y suele pasar muchas horas sentada o recostada leyendo (foto). Los síntomas persisten y la niebla mental parece no dispersarse a pesar del tiempo transcurrido.

Cataluña ha sido pionera en registrar la COVID persistente y crear una guía, pero las dificultades son altas: existen más de 200 síntomas identificados y muy diferentes según el afectado y el tiempo desde que padecieron la enfermedad.
Un dato significativo es que la mayoría son mujeres de mediana edad pero también afecta a hombres y a niños y niñas. En el colectivo más joven afecta de forma clara a la capacidad de concentración y cognitiva, lo que les afecta seriamente en los estudios y en las relaciones con amigos y familiares.
Cada nueva ola de contagios, y ya van 6, acaba por sumar miles de personas al grupo de COVID persistente, personas que seguirán con síntomas incluso tres meses después de haber pasado la enfermedad. Muchos de aquellos que han pasado por la UCI, además de las secuelas propias de la respiración inducida y la merma física tendrán que lidiar con la COVID persistente.

Los colectivos que han participado en la lucha contra la COVID son diversos, des de políticos a limpiadores pasando por sanitarios y voluntarios de todo tipo. Algunos con más fortuna o acierto que otros. En la imágen, una limpiadora desinfecta una habitación de UCI. La lucha contra la COVID no es solo de prevención o cura, es también una lucha contra las consecuencias que dejará la pandemia en la sociedad mundial. Una de ellas es sin duda la lucha contra la persistencia de las secuelas de la enfermedad: la COVID más larga.

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