Reportaje

1440 minutos y vuelta a empezar

Periodistas, fotógrafos y pareja. Nuestro hogar se convirtió en una redacción improvisada con las consecuentes jornadas maratonianas, la ansiedad y el dolor. Sin poder desconectar. 1440 minutos y vuelta a empezar es una muestra de lo que vivimos durante el estado de alarma en nuestro pequeño piso de Madrid. Esta es una de las miles de historias que existen. Una de tantas. Una más de lo que se vivió durante los meses de confinamiento por la pandemia. La diferencia es que en esta casa se contaban los muertos a diario, sin parar. Sin poder dejar de hacerlo. Porque era nuestro trabajo. Nuestro piso fue cárcel y refugio, y decidimos documentarlo. Disparamos los carretes que teníamos, los revelamos y digitalizamos en casa, convertida en redacción y también en cuarto oscuro. Lo hicimos como un diario de terapia, una visión íntima de lo que fueron nuestros meses de encierro. Una forma de relatar lo que estaba ocurriendo dentro no solo de nuestra casa, también de nosotros mismos para curarnos del olvido. La memoria es frágil y es importante dejar testimonio de lo que ocurrió.

Pedro Sánchez se convirtió en nuestro compañero de piso. Ruedas de prensa, datos de fallecidos, contagiados, la saturación de los hospitales, falta de material sanitario… Nuestra casa dejó de ser hogar para convertirse en redacción. Todos los días y a todas horas. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

Durante el estado de alarma, las calles estaban vacías. Apenas alguien con la compra o paseando al perro. Nosotros solo salíamos un día al supermercado, una semana uno, a la siguiente, el otro. Nos turnábamos. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

No fue fácil. Para nadie fue sencillo. Nuestra casa es luminosa, pero pequeña. Así que el paso por la ducha era una especie de ritual de cierre y apertura. Aunque había días que para Javi solo era una especie de ruptura entre una hora y otra, para sentir el paso del tiempo. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

Todos los días parecían el mismo. No había diferencia entre miércoles o domingo. En casa siempre la misma rutina: contar muertos. Pensar cómo contarlos. Sobreinformación, sobreexposición. Lidiar con la información, con el trabajo, con la vida, con la pandemia. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

Investigamos al vecino. Mientras contábamos los muertos, la puerta de enfrente no paraba de sonar. Ascensor para arriba, ascensor para abajo. Fue la única persona de la que estuvimos cerca esos días, pero sin saber quién era. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

Los aplausos nos despertaban del letargo de las intensas jornadas de trabajo. A veces, con suerte, a esa hora habíamos terminado. Casi nunca, en realidad. Hubo días que incluso nos turnábamos para aplaudir: “¿Puedes aplaudir tu hoy, porfa? Todavía me queda un rato”.

Javi perdió el sentido del día y la noche. El fin de semana se igualó con la semana y ningún día era fiesta en casa. Ni fiesta ni descanso. La ansiedad de la sobreinformación y de las largas jornadas de trabajo, unido a lidiar con las emociones propias y las ajenas, hicieron que el bucle infinito en el que estábamos pareciera no tener fin. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

Al menos había flores en casa cuando se decretó el estado de alarma. Con el paso de los días empezaron a marchitarse, así que decidimos dejarlas en la terraza para ver cómo se enfrentaban al tiempo. Acabaron siendo una metáfora de nosotros mismos. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

Descansaba los lunes, poco, porque era el día que yo comenzaba mi jornada. Así que la casa nunca estaba en sosiego. Mientras fuera no paraba de llover, como si el cielo también bramase de dolor, la radio siempre de fondo. Información, claro. Otras veces la voz de una persona desconocida entraba a bocajarro en casa, con el manos libres. Historias que nadie quiere oír, pero que todos tenemos que escuchar. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

Llovió, granizó, salió el sol, volvió a llover y el cielo nos premió con colores majestuosos. Contamos tres arcoíris dobles. Durante los días de confinamiento miramos al cielo más que nunca. Se escuchaba el silencio y los pájaros. Salíamos a la terraza solo para respirar aire fresco y sentir que, aunque nosotros estuviéramos parados, el mundo seguía girando. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

En muchas ocasiones, Javi no estaba. En cuerpo sí, pero sus pensamientos estaban devorados por la ansiedad. A veces se quedaba pensando mucho rato, en silencio. Salía a la terraza y al cabo de unos minutos, volvía a entrar. De nuevo las reuniones, el trabajo, las cifras de muertos. Daba igual el día o la hora. Madrid, un día entre marzo y abril de 2020.

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