Reportaje

STOP Madrid

Madrid se apagó. El movimiento febril e incesante de sus calles, el zumbido constante y enjambroso, el flujo vital que la abarrotaba súbitamente se detiene. Sus habitantes se desvanecen. Es sobre esta nueva ciudad póstuma que emerge de la que habla mi proyecto fotográfico. Una ciudad llena de ausencias, de silencios, de espacios vacíos, de lo que no se ve. Sentía su transformación en un escenario de ventanas que miran, de líneas rectas y asépticas y de límites. La vida a través de un cristal. Ese espacio público donde nos relacionamos con los demás, donde nos miramos, nos hablamos y nos encontramos desapareció. El silencio impresiona, casi duele. ¿Pero cómo se fotografía el silencio? Me paraba a sentirlo y a escucharlo. La ciudad sola, mojada por esa llovizna incesante de primavera, lloraba por nosotros. La muerte se sentía sin verla. En esa atmósfera febril seguían viviendo en la calle seres invisibles atrapados en tierra de nadie, sin lugar al cual huir. Las personas se asomaban a la calle solitarias, temerosas y fugitivas. Se formaban colas para comprar alimentos. Quise hablar de nuestra fragilidad y vulnerabilidad.

Las únicas personas que permanecían en la calle eran las que no tenían un hogar al cual huir. Un mendigo extiende su mano hacia nadie en la confluencia de la calle Bordadores con Arenal en el centro de Madrid.

La Puerta del Sol desierta el primer día del confinamiento. Solo una persona envuelta en su saco de dormir que desconoce el estado de alarma permanece a los pies del caballo de Carlos III.

Comenzamos a ver la vida a través de un cristal. Dos perros contemplan la calle mientras la televisión de la habitación permanece encendida en la calle Luis Vélez de Guevara en el distrito de Embajadores.

Cinabrio, confinado junto a su padre, vive en un bajo al lado de la iglesia de San Lorenzo en el barrio de Lavapiés. Cambió su nombre cristiano por el del mineral cinabrio al convertirse en estanislista. Mira la calle a través del cristal de su casa que pegó con silicona cuando se le rompió y que decoró con caracoles porque quedaba muy feo. Somos como caracoles queriendo huir pegados a un cristal con silicona.

Personal sanitario limpia el hall del Hotel Alicia de la cadena Room Mate en la plaza Santa Ana a la llegada de enfermos de COVID-19. En los primeros días de la crisis más de cuarenta hoteles con nueve mil plazas en Madrid se pusieron a disposición de los enfermos.

Federico García Lorca amaneció el segundo día del confinamiento con un cartel de cerrado entre sus piernas y sus pies atados por una cinta bicolor. La estatua se encuentra en la plaza Santa Ana, delante del Teatro Español en el barrio de las Letras. A Julio López, magistral creador de su bronce, nunca le hubiera gustado verlo así.

Una persona con sus bolsas de plástico como único equipaje dormita en un banco de la plaza Pedro Zerolo en el barrio de Chueca de Madrid. Las plazas se llenaron de bandas bicolores que vedaban el acceso.

El Palacio Real solitario en un día de lluvia como tantos otros que tuvo esa primavera.

Una persona al volver de la compra pasa por delante de la escultura Tras Julia. Este bronce de la calle Pez, en el barrio de Malasaña, trata de la primera mujer que, pese a todas las trabas del mundo, asistió disfrazada de hombre a la Universidad de Madrid allá por 1848.

Una persona esperando para hacer la compra en la cola de un supermercado en la calle Tribulete en el barrio de Lavapiés manteniendo la distancia de seguridad para evitar contagios. La espera muestra nuestra fragilidad.

Loreto recibe en la calle el primer abrazo desde que murió su madre hace un mes. La muerte ocurre en soledad y no existe a veces ni el consuelo de un abrazo. Julio trabaja en el Cafelito de la calle Sombrerete en el barrio de Lavapiés y en la fase 0, el 7 de mayo, se le permitió abrir la cafetería solo «para llevar».

Una pareja se tira al suelo en la estación de Atocha al recibir por teléfono la noticia de la muerte de su madre. No ha sido posible en muchos casos acompañar a los seres queridos en las últimas horas de su vida y el teléfono se convierte en el único hilo de comunicación. Él se aferra en su dolor.

El cementerio sacramental de San Isidro contempla Madrid en el confinamiento. Al fondo, los últimos huesos del esqueleto del estadio Vicente Calderón que se terminó de demoler el 6 de julio.

Una niña atraviesa la Puerta del Sol en los primeros días del confinamiento que se permitió salir a los niños a pasear. Los niños menores de 14 años fueron los primeros en salir a la calle el 26 de abril, tras un confinamiento estricto de seis semanas. Podían hacerlo entre las 9 y las 21 horas durante una hora en cualquier momento del día.

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