Reportaje

Una posibilidad

El coronavirus nos mostró una posibilidad, puso en modo “pausa” el frenético estilo de vida que asumíamos como normal y abrió un tiempo y un espacio que decidimos habitar de otra manera, sin prisas, poniendo los cuidados en el centro. El pasillo que conecta nuestro piso con el de Paola y Leo ha desaparecido, nos convertimos en una sola familia, ya no somos tres, ahora somos cinco. La comunidad nos brinda un espacio de seguridad, imposible de encontrar en las calles; menos aún en las noticias. Aprovechamos para mirarnos por dentro y por fuera. Acompañarnos, imaginar otra vida posible. Salir no es un acto de libertad. Mascarilla, guantes, alcohol, paranoia. La calle bajo el estado de alarma tiene más reglas que nunca, incluso hace visible aquellas que antes no éramos capaces de percibir. Hay días de incertidumbre, miedos y ansiedad. Noches largas, insomnes. Nos acompañamos en silencio. Nuestra pequeña hija, Tina, disfruta de esta familia extendida, para ella los abrazos no han sido vedados, al contrario, nos brinda todos aquellos que no podemos dar a nuestros seres queridos. Pasan los días, pasan las estaciones del año, pero de alguna manera el tiempo parece haberse detenido. Después de cuarenta y tres días salimos a la calle con ella, ya no hace frío como en los primeros días de la cuarentena. El aire huele a primavera. En la plaza, Tina nota la presencia de los árboles, observa con atención a su alrededor. Se da cuenta de que no es la única niña en este mundo de encierro. “¡Árbol grande!” balbucea en su incipiente lenguaje, apenas tiene dos años. Tomo conciencia de las dificultades de la cuarentena para ella, para todos los pequeños que no fueron tenidos en cuenta por los que marcan las reglas. Las salidas cambian la dinámica del encierro. Aún seguimos disfrutando de las noches silenciosas, de las golondrinas que llegan con la primavera y de la posibilidad de tomar esta experiencia como una oportunidad.

Tina y su padre, Sebi, juegan en el terrado. Este espacio abandonado se convirtió en nuestro oasis en medio de la cuarentena.

Jugando dentro de casa ante la imposibilidad de salir a la calle con Tina.

Paola y Leo en el terrado en uno de los tantos días difíciles de marzo.

Tina en el terrado.

Tina se mira al espejo con su primera mascarilla. Todo parece un juego pero no lo es.

A través de la mirilla de la ventana veo a Gloria.

Mi primera incursión al mercado de la Abacería. Nuevas reglas.

Tina cena mientras habla con su abuelo por videollamada. La añoranza es mutua.

La lluvia nos dio una sensación de libertad cuando salimos al terrado con Tina.

El tiempo parecía haberse detenido de alguna manera. Marcar los días de la semana nos ayudaba a orientarnos en el tiempo.

Autorretrato.

Leo toca la guitarra y Paula canta después de una comida con nuestra familia extendida. Cantar y celebrar la vida con amigos y vecinos de balcón a balcón fue una característica de la cuarentena. El ser humano como ser social siempre busca la forma de relacionarse.

Ya no había bullicio en las calles de Gràcia. Asomarse por el balcón y escuchar el silencio, ver los cielos más limpios de contaminación también fue algo característico de la cuarentena.

En la plaza Rovira, Tina nota la presencia de los árboles, observa con atención a su alrededor. Es su primera salida a la calle en semanas. Se da cuenta de que no es la única niña en este mundo de encierro.

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