Barcelona, Barcelona
16 Marzo 2020
El enemigo invisible
Espacios vacíos, calles desoladas y ausencia humana. Las situaciones más básicas de nuestras vidas dejaron de serlo y lo excepcional se convirtió en cotidiano. Lo impensable ocurrió y la vida se volvió impredecible. Como si de la historieta argentina El Eternauta se tratara, un enemigo invisible y mortal se presenta en el aire como una nieve tóxica transparente y el contacto con ella puede terminar en fatalidad. El coronavirus no demora, se dispersa alrededor de todo el mundo y no entiende de fronteras. Repentinamente, las grandes ciudades del planeta se paralizaron, el movimiento se esfumó y la vida se trasladó puertas adentro. Ante la invasión desconocida, los Estados obligaron a sus ciudadanos a confinarse en sus casas. En Barcelona, una ciudad que recibió doce millones de turistas en el 2019, se vivieron meses de angustia surreales. Del turismo masivo y calles completamente ajetreadas, se pasó a un escenario fantasma, sin ruidos, sin bullicio, sin coches. El silencio era absoluto, y la incertidumbre sobre qué sucedía también. Lo mejor que se podía hacer, para quienes tenían la suerte de contar con un techo, era encerrarse en casa y ser espectador de lo exterior a través de la ventana. La fuerza colectiva se construía estando en casa. No había más opción que seguir las noticias y novedades a través de la televisión, el móvil o la radio. El silencio solo se dejaba romper por las sirenas de las ambulancias y los coches de policía. Calles, bares, restaurantes y comercios se habían deshumanizado. La ciudad entera se había deshumanizado. Solo se permitía ir a los negocios de alimentos para buscar suministros para subsistir. Con mascarillas y guantes, los ciudadanos de Barcelona se preparaban para sentir el vacío, salir fuera y enfrentar al enemigo invisible.
Avenida comercial de paseo de Gracia en Barcelona, España.