Reportaje

One meter away

El 13 de marzo de 2020 en Barcelona, ​​como en muchas otras localidades, se inició el confinamiento domiciliario como medida para frenar la propagación de la COVID-19. De repente, las calles de la ciudad enmudecieron y todo empezó a suceder dentro de las casas y los edificios. A partir de entonces, aprendimos a mirar nuestra cotidianidad a un metro o dos de distancia (lo que, por seguridad, al principio se aconsejaba que fuera lo más cerca que estuvieras de alguien). Tan cerca y tan lejos a la vez. Y vas observando que, aunque parezca que se haya paralizado todo y que los días pasen como una cuenta atrás para la vuelta a «lo de antes», siguen sucediendo cosas: rutinas que no se han perdido, otras que, en cambio, han cambiado por completo. Algunas de ellas se muestran en este diario fotográfico de cuarentena con mi familia.

En muchos hogares se ha aprovechado la cuarentena para hacer limpieza o poner un poco de orden. En casa, un día se ordenaron los recuerdos. Ellos son Manolita y Eduardo, mis padres, de jóvenes. Recuerdos de cuando se hacían selfies en analógico y estaba de moda ir con peluca a la playa.

Los domingos solíamos comer con mi hermano, mi cuñada y mi sobrino. En casa se siguió manteniendo la tradición de cocinar una paella, aunque fuéramos los mismos en la mesa que el resto de días de la semana.

A Manolita, 67 años, nunca se le han dado muy bien las nuevas tecnologías, aunque la cuarentena la ha obligado a aprender a marchas forzadas.

Durante la cuarentena, fueron muchas personas que se lanzaron a intentar seguir realizando ejercicio físico desde casa. También se hicieron muy populares los entrenos en directo a través de las redes sociales. Lluna, mi perra, tenía un apego especial a la esterilla de yoga.

Eduardo y Manolita, una tarde cualquiera mirando una película.

El lunes de Pascua, después de Semana Santa, en Cataluña, es típico comer la Mona, un dulce que tradicionalmente regala la padrina o el padrino. Este año, la Mona tuvo que ser online.

Manolita baila con unos guantes de goma.

Manolita le enseña a Eduardo, que no tiene un smartphone, un vídeo que les acaban de enviar de su nieto.

Manolita se refleja en un vidrio de una de las puertas de casa.

Eduardo, después de comer, mirando las noticias, siguiendo la evolución de la pandemia.

Lluna siempre reclama un poco de caricias antes de ir a dormir.

Cada día, antes de comer, Eduardo salía un rato al balcón. Al ser persona de riesgo, disminuyeron considerablemente sus paseos por la calle, que eran su actividad física.

Manolita, antes de salir para ir al supermercado.

Una visita a casa de los abuelos un domingo de verano, después de la desescalada.

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