Reportaje

Diario de cuarentena

Envejecer no siempre es fácil. A principios de febrero del 2020 mi padre tuvo un ictus cerebral. Aunque las secuelas no eran aparentemente graves, tuvimos que organizarnos con mi madre y mi hermana para crear unas rutinas donde él no estuviera solo en ningún momento. Al cabo de un mes llegó el estado de alarma, aunque, en cierto modo, mi padre llevaba ya un mes confinado. Una tarde de abril tuvimos que llamar a la ambulancia porque la mitad de su cara se había quedado paralizada y costaba mucho entenderle cuando hablaba. Por aquél entonces los hospitales estaban colapsados y tuvimos mucho miedo sobre si llevarle o no al hospital. “Tal y como están las cosas, si me lleváis ahí quizás no me puedan atender. Ya soy mayor y si entro por esa puerta tal vez ya no salga”, nos dijo. Lo ingresaron y al cabo de dos días volvimos a casa. Tuvimos mucha suerte. Aunque hacerse mayor sea aprender a despedirse, vivir con mi padre y tener la vejez tan cerca nos hizo aferrarnos más a la vida. La COVID-19 vino a recordarnos la fragilidad en la que están expuestas las personas más mayores y me estremecía imaginarme el escenario devastador de la gente mayor durante la pandemia. El abandono, la soledad.

Mi padre y yo en la cocina. Mi madre siempre me decía: “tienes que ver qué luz entra en la cocina a las ocho de la mañana”. Estar encerrados en casa hizo que apreciara la luz en las cosas más que nunca.

Lourdes, mi madre, teletrabaja mientras Víctor, mi padre, toma el desayuno.

Mi padre durmiendo.

Mi padre y yo a las 08:00 a. m. en la cocina. «¿Has soñado hoy?», le pregunté. «No he soñado nada porque he estado pensando toda la noche, prácticamente»

Un trabajador de ambulancia visita a mi padre. “Tal y como están las cosas, si me lleváis al hospital quizás no me puedan atender. Ya soy mayor y si entro por esa puerta tal vez ya no salga”.

20:00 h. Desde el taxi, camino al hospital, mi madre y yo vemos a la gente aplaudir. Quiero pensar que nos animan desde sus balcones. Ojalá las ambulancias tuvieran ventanas y mi padre pudiera verlo.

Sala de espera del Centro Médico Teknon. A pesar de que se establecieran “alianzas” entre centros para que los hospitales públicos enviaran pacientes a las clínicas, al llegar al hospital no entendía por qué la sala estaba vacía en un contexto de colapso sanitario.

El sillón de mi padre la primera noche que pasó en el hospital. En los últimos meses mi padre ha ido cambiando poco a poco sus rutinas, reduciéndolas a poca actividad, tanto física como mental. Con la llegada de la COVID-19, estos hábitos se potenciaron, haciendo que fuera más complicado “combatir” la vejez.

Mi madre observa la ciudad durante una pausa del trabajo.

La luz entra por la ventana de la habitación de mis padres. Mi madre le toma la presión a mi padre para tener un control de ello y así poder prevenir futuros ictus.

Mi madre abraza a mi padre unos días después de su llegada del hospital.

Mi padre cumple 81 años y mi hermana Júlia le saca el pastel para que sople la vela.

“Cuanto más mayor te haces más ganas tienes de mirar al pasado. Hacia delante te queda poco y solo te queda mirar atrás y recordar la gente y los sitios donde estuviste.”

Alguna tardes nos distraíamos observando la ciudad con los prismáticos. “¡Al fin vienen las gaviotas!”, dijo.

arrow_upward Volver arriba
arrow_back arrow_forward

Descarga no permitida

Os recordamos que todos los derechos de explotación de las fotografías son de su autor/a y que solamente los ha cedido para el archivo. Ponte en contacto con él/ella para cualquier otro uso. Gracias.