Reportaje

Sin techo durante el estado de alarma en Barcelona

La Barcelona desértica tras el decreto de estado de alarma por el 14 de Marzo muestra una realidad latente. No todo el mundo tiene un techo bajo el que protegerse del coronavirus. Algunos, más de mil doscientos, ya vivían en la calle desde hacía tiempo. Otros se han visto durmiendo al raso por el cierre de fronteras, hoteles y negocios, atrapados en una situación que no hubieran ni imaginado. Inevitablemente los no confinados toman el paisaje urbano. La policía interpela a cualquiera que ve en la calle sentado o quieto. Al principio, las consignas que reciben las personas sin techo son contradictorias hasta que unánimemente el mensaje es que deben permanecer día y noche en un mismo lugar. Once días después, el Ayuntamiento de Barcelona abre un albergue de emergencia en el pabellón n.º 7 de la Feria de Congresos de Montjuic con cuatrocientas cincuenta plazas. Algunos agradecen la posibilidad de guarecerse bajo un techo, pero otros no quieren perder la libertad que les brinda la calle y prefieren sobrevivir bajo el frío de la intemperie y la amenaza de robos o incluso de llegar a ser asesinado. Entre el 19 de marzo y el 27 de abril se han cometido cuatro asesinatos de personas que dormían al raso con una violencia atroz. Sin embargo la violencia no es algo nuevo para los sin techo. Según un informe de Hatento, el Observatorio de Delitos del Odio contra Personas Sin Hogar, realizado en 2015 se constató que el 47 % de las personas que viven en la calle han sufrido algún incidente, robo o agresión. Más información en el blog “Los confines de la sociedad”.

Una patrulla de la Guardia Urbana a caballo en el barrio del Born interpela a algunas personas sin techo por qué están en la calle. Desde que el Gobierno decretó el estado de alarma por la crisis de la COVID-19, la población se ha confinado en sus hogares a excepción de la gente que ya dormía en la calle o los que, por el cierre de fronteras, hoteles o circunstancias personales, se han visto abocados a dormir al raso.

Un joven procedente de Italia pasa el confinamiento resguardado en un pequeño asentamiento que protege con una cortina. Hasta el 14 de marzo vivía de la recogida de chatarra, pero con el decreto de alarma se ve obligado a permanecer en este rincón de la calle. Barrio del Born, Barcelona.

Una caja bajo un puente cobija a un hombre que duerme cada noche en las proximidades de la Ronda Litoral. Durante los primeros días del confinamiento, la Ronda apenas es transitada.

Un joven procedente de Venezuela circula en bicicleta por el paseo marítimo de la playa de Bogatell a las seis de la tarde, en una Barcelona desértica debido al estado de alarma decretado por la COVID. En su mochila lleva un saco de dormir, una tienda y un fogoncillo. Antes del cierre total trabajaba como artista de circo. No quiere ir al albergue habilitado por el Ayuntamiento en la Fira de Montjuic porque teme a las multitudes y el pánico social.

Un joven de Marruecos reza la última oración del día junto a su compañero de Egipto. Ambos se instalaron en este lugar cercano a Glorias tras el decreto del estado de alarma. Antes del 14 de marzo recolectaba chatarra de la calle y la vendía a peso, pero ante la imposibilidad de moverse, y con las chatarrerías cerradas, no puede ingresar dinero. Sobrevive gracias a la comida de comedores sociales.

Adela se separó tras el confinamiento. Con los hoteles cerrados y sin otro lugar a donde ir, se instaló en un callejón cercano a Correos de Vía Laietana, en el portal de un local que se estaba reformando antes del cierre total, en frente de una instalación de cámara de video, que le ofreció más seguridad contra posibles ataques.

En la cuarta semana de confinamiento estricto, una persona sin techo se ha construido una tienda precaria en una pequeña plaza del barrio Gótico, que antes del cierre total estaba siempre llena de turistas que iban a cenar en los bares y restaurantes. Tras el estado de alarma esta plaza se ha vuelto un lugar tranquilo y seguro para él.

Una pareja se resguarda de la lluvia bajo una tienda improvisada en la calle. La lona que un conocido les ha regalado cubre sus pertenencias y la poca chatarra recogida durante el confinamiento que no pueden vender. Ellos no pueden optar a confinarse en alguno de los albergues habilitados por el Ayuntamiento porque están dirigidos a hombres o mujeres y deberían separarse.

Marisa, de 69 años, llegó de Cuba el 24 de enero. Vivió con su hijo hasta principios de marzo en una pensión en el Raval. El dinero se acabó y fueron a vivir a la calle. Buscaron un lugar tranquilo a las afueras de la ciudad, en la montaña de Montjuic. Pasa el día dentro de una tienda de campaña temerosa de cualquier desconocido y también de la policía. Al estar tantas horas sentada, las piernas se le entumecen y le cuesta ponerse de pie.

Carmen, de 63 años, «Trocito de cielo» como así la llamaban cuando era joven, pasa el día entero confinada en un portal de Barcelona. A veces va al supermercado a comprar algún alimento con el dinero que algunas personas le dan cuando la ven allí. Varias entidades, como Arrels Fundació, y vecinos le llevan comida cada día.

Una ofrenda con velas, flores, comida, café, agua y cerveza recuerda que en la calle Rosselló con Sardenya fue asesinado el 27 de abril un joven de origen francés, que mendigaba durante el día al lado de una panadería y dormía por la noche en el mismo lugar. Desde el 19 de marzo hasta finales de abril, han muerto en la calle cuatro personas de manera extremadamente violenta mientras dormían. La última víctima fue golpeada con un martillo en la cabeza hasta fallecer. La policía ya ha detenido al supuesto agresor, que vivía a las afueras de Barcelona en una caravana.

Un hombre procedente de Noruega y otro de Francia pasan el confinamiento durante el estado de alarma bajo la vieja muralla de Barcelona en el centro de la ciudad, siguiendo las instrucciones de la policía de permanecer en el mismo lugar día y noche para protegerse del virus.

En el aeropuerto del Prat de Llobregat se han confinado unas veinte personas en el hall del metro. Con un tráfico aéreo mínimo de diez vuelos diarios, la Terminal 1 está desértica. Antes del estado de alarma dormían en toda la terminal unas cuarenta personas. Muchos se han ido al albergue habilitado por el Ayuntamiento de Barcelona en la Fira.

Abdellah ha estado trabajando en la construcción más de veinticinco años. Se separó, perdió su trabajo y acabo en la calle hace ya un tiempo. Esta noche hay toque de queda, por eso no hay nadie en las Ramblas. Son las doce de la noche. Hay varias personas sin techo durmiendo en la calle Pelayo y la plaza Cataluña. Un camión de limpieza pronto comenzará a faenar. Una patrulla de la policía ha montado un control a pocos metros.

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