Reportaje

Los cuidados

El decreto del estado de alarma en España a causa de la pandemia por la COVID-19 trajo el confinamiento y la incertidumbre. Situaciones que pusieron a prueba nuestra capacidad como sociedad para cuidar, proteger y acompañar a quienes lo necesitan. Mas allá de lo que ocurría en los hospitales, foco de toda la atención, ¿quién iba a cuidar de nuestros mayores solos en casa? ¿Dónde puede confinarse quien no tiene casa? Son algunas de las preguntas a las que debíamos dar respuesta, más allá de nuestras preocupaciones individuales. Las dimensiones de las tareas de cuidados, generalmente sumergidas, feminizadas y precarizadas, ha cobrado una especial relevancia. Los indicadores de bienestar y desarrollo, por unos días, pusieron la vida en el centro dejando atrás la macroeconomía. Y la protección del más débil puso en tela de juicio los cimientos de una sociedad que prima al más fuerte. Las redes de cooperación y solidaridad social cobraron protagonismo y los recursos sociales fueron sacudiéndose el abandono al que habían sido sometidos en muchas ocasiones. Esta serie de retratos pone el foco en las personas que sufrieron el confinamiento en soledad y situación de vulnerabilidad y quienes estuvieron a su lado.

Mariano y Pilar charlan animadamente mientras en la televisión la portavoz del Gobierno informa sobre la situación de la crisis sanitaria. Mariano tiene 91 años y vive solo desde que su mujer y su hija fallecieron hace 14 años. Pilar, trabajadora del servicio de ayuda a domicilio de la Comarca Campo de Cariñena, le visita tres veces a la semana para ayudarle en las tareas de limpieza de la casa y aseo personal. El mejor momento del día, dice Mariano, que se deshace en halagos hacia su cuidadora. Pilar cuenta que Mariano es muy buen cocinero, él apunta que aprendió a cocinar cuando iba a trabajar a Francia a la vendimia; siempre fue jornalero del campo. Mariano no ha salido a la calle desde que se decretó el estado de alarma y echa de menos leer sus novelas del oeste al sol, en la puerta de casa. Las visitas de Pilar y las llamadas constantes de su nieta, que vive en Madrid, son su contacto con el mundo exterior en estos tiempos difíciles.

Vanesa es auxiliar del servicio de ayuda a domicilio de la comarca de Cariñena y todos los días recorre los domicilios de las personas mayores a las que atiende durante el confinamiento. Ahora su preocupación por ellos es mucho mayor, tiene miedo a que se contagien pues son población de riesgo frente al coronavirus y ha extremado todas las precauciones en su trabajo. Hoy le toca visitar a Fina que tuvo un accidente doméstico hace una semana y fue operada de urgencia. Deberá permanecer inmovilizada seis semanas. Ahora más que nunca los cuidados de Vanesa son vitales para ella y su trabajo, que siempre ha sido esencial, se nos revela en estos tiempos como imprescindible.

Teresa es enfermera de un centro de atención primaria en Zaragoza y atiende a Paula en su domicilio. Todos los días visita a los pacientes de más edad para que no tengan que asistir al centro de salud y puedan permanecer confinados y seguros en sus casas.

Valentina visita a su abuela después de más de dos meses sin verla debido al confinamiento. Desde la fase 1 ya son posibles los desplazamientos dentro de la provincia y por fin sus padres la han llevado a Altorricón a ver a su abuela, pero le han advertido de que tiene que llevar mascarilla y no puede tocarla. Solo tiene dos años y medio y no entiende de protocolos sanitarios, pero intenta seguir las instrucciones, al menos los primeros minutos de la visita.

Elvira tiene 87 años y vive sola en Aguarón, un pequeño municipio de la provincia de Zaragoza. Todos los días recibe la visita de su hijo y la atención domiciliaria de Humildad, que trabaja en el servicio comarcal de ayuda a domicilio. Dice que se siente muy bien atendida en estos tiempos extraños en que debe permanecer en casa para no contagiarse de COVID-19.

Durante la segunda ola de la pandemia en Zaragoza y tras detectarse un brote en una residencia, los ancianos contagiados son trasladados a una nueva residencia destinada a acoger a todos los positivos en cornavirus y poder así aislarlos del resto.

Tras detectarse un brote en una residencia, los ancianos contagiados y con síntomas leves han sido trasladados a un centro destinado a acoger a todos los positivos en coronavirus. Allí pueden ser atendidos de forma más especializada y se frenan nuevos contagios.

Durante la segunda ola de la pandemia en Zaragoza, y tras detectarse un brote en una residencia, este hombre ha sido trasladado a una nueva residencia destinada a acoger a todos los positivos en coronavirus con síntomas leves y poder así atenderlos y aislarlos del resto.

El Centro Deportivo Río Isuela ha sido adaptado por Cruz Roja y el Ayuntamiento de Huesca para alojar a las personas sin hogar de la ciudad. Después de la comida ellos pueden descansar en el área donde se han instalado las camas.

Florin, Christian y Jon juegan al Rummykub mientras permanecen confinados en el pabellón deportivo Tenerías habilitado por el Ayuntamiento de Zaragoza para acoger a las personas sin hogar en la ciudad durante el estado de alarma.

Los protocolos sanitarios están siendo primordiales para frenar contagios. El personal del Albergue Municipal de Transeúntes de Zaragoza está constantemente pendiente de la salud de las personas que allí se alojan durante el confinamiento. A medio día, en la puerta de entrada al comedor, toman la temperatura a todos los residentes como medida de detección precoz de posibles síntomas de coronavirus.

Hay quienes no pueden confinarse en casa porque no la tienen. Es el caso de Cornel, cuyo vehículo hace las veces de techo en estos complicados momentos. A diario, voluntarios de Cruz Roja le visitan, llevándole comida y comprobando que se encuentra bien de salud. Sobrevivir sin tener garantizados unos mínimos vitales se torna prácticamente imposible en estos días. Las medidas decretadas para garantizar el confinamiento han limitado sus movimientos y las posibilidades de conseguir el sustento diario.

Santiago es de Córdoba y estaba viajando al norte del país en busca de trabajo cuando se decretó el estado de alarma. Desde entonces permanece confinado en el Albergue Municipal de Zaragoza. Dice que los días son eternos y no se separa de su radio, siempre encendida, siempre con música sonando. La música le reconforta y le hace olvidar su situación atrapado en una ciudad donde no conoce a nadie.

José María vive desde hace dos años en una caseta de obras abandonada en las afueras de Zaragoza sin agua corriente, luz ni baño. No tiene trabajo ni cobra ninguna prestación y estos días de confinamiento están siendo especialmente difíciles pues se hace imposible conseguir el sustento básico. Voluntarios de Cruz Roja le visitan a diario para llevarle la comida y la cena. Charlan con él, están pendientes de que tenga las medicinas que necesita y de que se encuentre bien. Cuidar a las personas en situación de vulnerabilidad es ahora más importante que nunca.

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