Reportaje

Pan y aceite. Salud y flamenco en un barrio de periferia.

¿Y si mi madre viviera en el Polígono Sur? Desde hace veinte años llamo a mi madre en Italia cada vez que salgo a pasear del centro hacia la periferia de Sevilla, allí donde el Polígono Sur, uno de los barrios más castigado de Europa, y más auténtico a la vez, me ha acogido como a una hija. Conocido como las Tres mil viviendas, es un barrio hacia donde pocas personas quieren mirar. Desfavorecido y estigmatizado vive y convive con la exclusión social y la vulnerabilidad en un estado de alarma permanente desde el 1968. ¡Ojalá mi madre estuviera tan cerca! En bici se tarda muy poco por un arbolado carril bici lleno de violetas jacarandas, de rojos brachychiton y de palmeras datileras que me ha llevado a visitar las casas de mujeres valiosas que, como el barrio, tienen que pelear diariamente por cada uno de sus recursos en un sistema que, en vez de alimentar, nos quita y nos cría en el miedo y en la exclusión. Una generación de mujeres para las que la formación era un lujo, pilares de la economía familiar, con trabajos precarios y al mismo tiempo cuidadoras; viudas, mujeres maltratadas, abuelas que cuidan de todos, blanco de la pobreza y del machismo. Mujeres que, para sobrevivir, se han dejado mucho por el camino y, a pesar todo, destilan energía y ganas de vivir. Entre ellas, las esqueletas, vecinas con redaños que, a través de los talleres de Autoestima Flamenca, realizados por Carlos Sepúlveda, psicólogo y bailaor, han encontrado un espacio exclusivo para ellas, para aprender a valorarse y no para estar al servicio de nadie. Durante el estado de alarma he sentido la necesidad de visitarlas, como haría con mi madre, saludarlas por debajo de sus ventanas y más tarde desconfinar con ellas, para que me ayudaran a reconocer los aprendizajes que nos da la vida en las situaciones adversas y me recordaran lo valioso que es cuidarse a uno mismo para cuidar al otro y vivir mejor.

“Las Esqueletas” posan después del primer ensayo de fin de curso de Autoestima flamenca posconfinamiento. El nombre del grupo tienen su origen por el centro cívico El Esqueleto en el que mujeres vecinas del barrio reciben los talleres grupales de Arteterapia de Autoestima Flamenca de mano del psicólogo y bailaor Carlos Sepúlveda. Este edificio, situado en las Tres mil viviendas, adquirió su nombre porque durante mucho tiempo fue solo una estructura de metal y los vecinos empezaron a llamarlo «el esqueleto». La pedagogía de Autoestima Flamenca trabaja con el baile flamenco como medio de autoexpresión, de movilización, desbloqueo y comunicación grupal. La conciencia de la autoestima conduce a que cada persona visualice y aprecie sus cualidades y habilidades vitales, las potencie y las comparta con los otros. En este sentido, el grupo de «Las Esqueletas», se ha convertido en los años en un símbolo de su independencia.

Maite, 75 años, auxiliar de enfermería jubilada, flamenca y feminista. Maite es una mujer muy activa y muy comprometida con su desarrollo personal y su entorno. La experiencia del confinamiento ha sido dura para ella, llevándola a momentos de inmovilismo inesperados: sus miedos más profundos se han sumado a los miedos generados por la pandemia, el conocimiento de su gremio y del terreno sanitario, la información directa y periodística a la que todos hemos sido sometidos, el miedo a la muerte en condiciones extremas. “Estamos viviendo una experiencia difícil pero he llegado a ver muchos beneficios en todo esto: nuestra sociedad, que alimenta el egocentrismo y no el individualismo, necesitaba ser agitada, los seres humanos aún más. Necesitamos experiencias de este tipo para tomar conciencia de estar vivos y ser seres esenciales. A todas las cosas hay que buscarle la parte positiva, y entonces el aprendizaje que te toque… lo tienes que vivir. Te guste o no, ¡por allí vas a pasar!»

Devolución a distancia de Carlos Sepúlveda sobre los bailes de fin de curso grabados por “Las Esqueletas” en el parque Celestino Mutis durante la primera fase de desescalada. «¡¡Bellísimo, Maite!! Qué figura tan estilizada y lo bien que te luce ese vestido y el mantón, tan largos, con esas figuras que formas. Expresa a la perfección tu personalidad llena de pensamientos y vivencias elevados».

Loli, 65, años auxiliar de ayuda a domicilio, comparte el trabajo con sus hijas. “Yo soy familiera y en el confinamiento lo pasé muy mal porque he echado de menos sobre todo mi familia en las Baleares, y porque mi hija ha sido más prudente que yo y no nos hemos visto mucho. Pero es verdad que hice muchas cosas que hace tiempo no hacía, he leído muchos libros, he hecho punto de cruz, he cosido, he ganado tiempo para mí y motivación para hacer cosas que había olvidado. En el barrio, he notado que la mayoría se ha mentalizado y ha tenido una actitud responsable, en la parte hacia la Oliva, Cencosur, Alcampo… Atrás no sé… al esqueleto no iba, y no me meto. A la COVID no le tengo miedo aún; sí he tenido muchos casos cercanos graves y la salud de mi marido es delicada, pues intento ser precavida, seguir los protocolos y hacer lo que pueda. Lo importante es que mientras tengamos salud, nos tomamos un trozo de pan y aceite y vas que chutas!».

Devolución a distancia de Carlos Sepúlveda sobre los bailes de fin de curso grabados por “Las Esqueletas” en el parque Celestino Mutis durante la primera fase de desescalada. «¡Ay, Loli, tu señorío bailando! ¡Le pones tanta pasión al baile! Tienes mucha presencia y convencimiento».

Ana, 82 años, viuda, se jubila después de setenta y tres años como limpiadora, después de una operación de rodilla y se queda con su hija, que la necesitaba. Ana es una abuela de fuerza arrolladora, baila y canta en coros rocieros, es integrante activa de una asociación cultural para mayores en las Tres mil. Es de la Macarena, pero defiende el Polígono Sur como suyo, a pesar de todo. “Echo de menos a las compañeras y pasármelo bien haciendo muchas cosas. A la COVID le tengo respeto más que miedo, toda la vida he tenido miedo, antes nos moríamos más, dejar mis hijos solos… ahora procuro quedarme en casa lo más que pueda, salgo lo necesario con mi mascarilla y con mis manos limpias. Miedo no, porque me siento bien dentro de esto, tengo dolores de huesos y pocas fuerzas en las manos por tanto tiempo trabajando, pero sigo preocupándome de los otros, y de los míos. ¡Sea lo que Dios será! Yo por el momento voy a la gimnasia, ¡para mantenerme, para seguir viviendo!».

Devolución a distancia de Carlos Sepúlveda sobre los bailes de fin de curso grabados por “Las Esqueletas” en el parque Celestino Mutis durante la primera fase de desescalada. «¡Ana, eres una diosa! Lo que siento con tu baile es devoción. Tienes tanta personalidad, esos desplantes y esos movimientos tan tuyos y tan de toda la vida que parecen de estampa antigua recuerdan a la Alameda de Manolo Caracol y de los flamencos».

Ana Mari, 48 años. Actualmente ama de casa. “La COVID me ha quitado la posibilidad de trabajar. Siempre he trabajado mucho, vendiendo aceitunas, como limpiadora, trabajando en los bares, hasta he tenido una pequeña tienda. Es verdad que he estado más tiempo con mi familia, que esto también se echa de menos cuando se trabaja tanto, pero también echo de menos la vida fuera de la casa con mis vecinas. Me ha venido bien por un lado, pero por el otro me he agobiado mucho. En general salgo solo lo necesario, tengo miedo por mi marido, su salud es vulnerable.”

Devolución a distancia de Carlos Sepúlveda sobre los bailes de fin de curso grabados por “Las Esqueletas” en el parque Celestino Mutis durante la primera fase de desescalada. «Tu baile está cargado de sensualidad, con mucho carácter y a la vez elegante. La lentitud y una suavidad cargada de ternura en tus movimientos me ha estremecido. Parece hasta fácil y no lo es».

Milagro, 68 años, empleada de hogar, viuda y jubilada vive en casa de su hija. Milagro es una bomba de energía allá adonde la encuentres. En un momento de su vida ha vuelto a encontrar el generador y nunca lo ha apagado. El confinamiento ha sido aún más largo para ella. “Con la COVID lo tenemos todo «perdío», el bicho me ha quitado una vida, mi felicidad, yo salía, entraba, bailaba y tenía la alegría de hacer mis cosas. Estar encerrada no me sienta muy bien pero también salir… tengo un poco de miedo, tengo bronquitis… ¿»Pá» dónde voy? Mejor resguardada… ¡y con dos vacunas ya! ¡yo que no me he vacunado en la vida!»

Devolución a distancia de Carlos Sepúlveda sobre los bailes de fin de curso grabados por “Las Esqueletas” en el parque Celestino Mutis durante la primera fase de desescalada. «Las personas que han pasado muchas fatigas cuando muestran sus sentimientos les luce de una manera muy especial. Tienes la rara habilidad de emocionar con un simple gesto. ¡Ole, tú!»

Antonia, 56 años, empleada de hogar y estudiante de informática, vive con su hijo y empezó a trabajar en dos casas, entre los barrios de Bami y El Porvenir, «justo el día que murió Paquirri». Dice que entre sus aficiones la más importante es estar en paz consigo misma. «La COVID no me ha agobiado, tampoco he pensado mucho en ello. Soy casera, no salgo apenas nunca, desde pequeña. Durante el confinamiento he estado muy tranquila, he estado mucho con mi hijo y haciendo lo que me apetecía en el momento: ver pelis, leer, escuchar música, hacer punto de cruz. Yo me tomo las cosas como vienen, intento comprender a mis vecinas, pero son dramáticas. Pienso que hay que llevarlo lo mejor posible. Hoy en día sigo sin miedo por mí, más por mi madre que está mayor. Que tengo que salir, salgo; que tengo que tomar café, lo hago; siempre con mi mascarilla y con distanciamiento. Pienso que hay que estar tranquilas como todo en la vida. Esto es lo que hay, vienen las cosas y ¡»palante»!»

Devolución a distancia de Carlos Sepúlveda sobre los bailes de fin de curso grabados por “Las Esqueletas” en el parque Celestino Mutis durante la primera fase de desescalada. «Me fascina tu presencia, tu majestuosidad, tu solemnidad y fuerza cargada de ternura».

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